El enemigo que ha de ser derrotado es el diablo y todo el ejército de fuerzas diabólicas en el universo. Pablo enseña aquí con claridad que la guerra cristiana no ha de ser conducida contra fuerzas humanas, pues afirma que no tenemos lucha contra sangre y carne (12). Si tal fuera el caso nos bastaría la fuerza humana. Sin embargo, y debido a que las fuerzas espirituales malignas están alineadas contra el cristiano, sólo fuerzas espirituales divinas pueden hacerles
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